Pensemos en una reunión social a la que hemos sido invitados. Sabemos exactamente lo que dirá esta o aquella persona, lo que contestaremos nosotros y lo que replicarán ellos. Lo que cada uno dice está claramente regulado, como en el mundo de las máquinas.
Todos tienen su opinión, su modo de ver. No pasa nada, y cuando volvemos a casa sentimos, en lo más profundo de nosotros, un cansancio mortal. Pese a ello, mientras estábamos en la reunión producíamos una aparente impresión de alegría y actividad: nuestro lenguaje era similar al de nuestro vecino, y quizás hasta nos hayamos sentido estimulados; pero se trataba sin embargo de una relación de total pasividad, en tanto mi interlocutor y yo aparecíamos siempre vinculados en forma de estímulo y reacción; sin que surgiera nada nuevo, sino siempre el mismo disco gastado y agotado: puro hastío.
Cuando alguien se encuentra aislado, e incluso cuando por algún motivo no sabe qué hacer con su vida, si no tiene en sí los medios para hacer algo vital, para producir algo o para recobrarse, sentirá el hastío como un peso, como una carga, como una parálisis que él no podrá aclarar por sí sólo. El hastío es una de las peores torturas. Es un mal muy actual y que se va propagando. El hombre víctima del hastío, sin medios para defenderse de él, se siente como un ser muy deprimido.
¿Por qué la mayoría de los hombres no nota eso, la clase de mal que es el hastío, cuán penoso es?
Me parece que la respuesta es simple: en la actualidad producimos muchas cosas que se pueden obtener y con cuya ayuda logramos eludir el hastío. Se ingieren píldoras tranquilizantes, o se bebe, o se va de un cóctel a otro o se pelea con el cónyuge o uno se distrae con los medios masivos o se entrega a actividades sexuales, todas con el fin de ocultar el hastío. Muchas de nuestras actividades son intentos destinados a impedir que el hastío llegue al nivel de la conciencia. Pero no olvidemos la desagradable sensación que tenemos con frecuencia cuando hemos visto una película estúpida o por cualquier otro motivo hemos tenido que reprimir nuestro hastío, el malestar que sentimos al notar que eso era en verdad mortalmente aburrido y que no hemos utilizado nuestro tiempo, sino que lo hemos matado.
Este parrafo corresponde al capitulo "Abundancia y saciedad" del libro El amor a la vida. Lo curioso es que fue escrito cerca del año 1980, año para el que uno pensaría que las cosas eran distintas.
Como coach me surgen las siguientes preguntas:
Te pasa esto a menudo?
Qué te mueve a elegir estos encuentros?
Cuáles son los momentos que sí eliges y si hay algo que impide que los elijas más frecuentemente.
Para qué permites los momentos de hastío?
No pierdas de vista qué quieres y Sé el que elige.
Vengo a traerte brisas mediterráneas y mi deseo de que pases unas mjuy Felices Fiestas en compañia de la flia y que el 2010 les traiga toda suerte de bendiciones.