Estábamos participando de un retiro para chicas (un grupo humano con mucho conflictos de comunicación: chismes, críticas abiertas o solapadas, actitudes discriminatorias...) Desde mi introversión padecí muchísimo ese entorno. Un entorno que el monje que conducía supo captar al vuelo.
En la reunión inaugural nos invitó a sentarnos en fila en un amplio salón.
Allí, haciendo absoluto silencio, nos miró a todas con una sonrisa apenas dibujada, deteniéndose en los ojos de cada una...Más silencio. Entonces tomó una hoja perfectamente blanca y una lapicera a cartucho, que desenroscó muy despacio. Apoyó la hoja sobre el escritorio y apretó el externo del cartucho suavemente, hasta que una gota de tinta azul manó por la pluma, estampándose en el papel. Una vez seca tomó la hoja y pasando entre los bancos, nos preguntó a cada una: -Qué ves?.
La primera contestación fue: -"Una mancha". Como él asintió con su cabeza, esa respuesta se multiplicó hasta hacerse unívoca. Al terminar de preguntarnos a todas, dijo algo inesperado: -Suponía que responderían eso: lo que ven no es una mancha. Es una hoja manchada.
Sus palabras se imrpimieron en mí de un modo indeleble. Porque también yo me posicionaba ante los demás poniendo el acento en su mancha...pero lo hacía para mis adentros! (lo cual es casi lo mismo...).
...
Es posible que cuando uno se mira a sí mismo también esté "mirando la mancha y no la hoja".
...
Juzgarse y juzgar nos impide comprenderse y comprender. Nos vuelve estrechos y afectivamente desnutridos, pues circulamos por la vida como un detector de yerros y defectos instalados en las pupilas. Así la vida que uno verá será inevitablemente, una tortuosa exposición de manchas, desarrollándose una ceguera especializada en hermosuras (las del otro y las propias).
La madre de Calcuta lo dice de modo contundente: "Si juzgas a la gente no tienes tiempo de amarla".
En la reunión inaugural nos invitó a sentarnos en fila en un amplio salón.
Allí, haciendo absoluto silencio, nos miró a todas con una sonrisa apenas dibujada, deteniéndose en los ojos de cada una...Más silencio. Entonces tomó una hoja perfectamente blanca y una lapicera a cartucho, que desenroscó muy despacio. Apoyó la hoja sobre el escritorio y apretó el externo del cartucho suavemente, hasta que una gota de tinta azul manó por la pluma, estampándose en el papel. Una vez seca tomó la hoja y pasando entre los bancos, nos preguntó a cada una: -Qué ves?.
La primera contestación fue: -"Una mancha". Como él asintió con su cabeza, esa respuesta se multiplicó hasta hacerse unívoca. Al terminar de preguntarnos a todas, dijo algo inesperado: -Suponía que responderían eso: lo que ven no es una mancha. Es una hoja manchada.
Sus palabras se imrpimieron en mí de un modo indeleble. Porque también yo me posicionaba ante los demás poniendo el acento en su mancha...pero lo hacía para mis adentros! (lo cual es casi lo mismo...).
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Es posible que cuando uno se mira a sí mismo también esté "mirando la mancha y no la hoja".
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Juzgarse y juzgar nos impide comprenderse y comprender. Nos vuelve estrechos y afectivamente desnutridos, pues circulamos por la vida como un detector de yerros y defectos instalados en las pupilas. Así la vida que uno verá será inevitablemente, una tortuosa exposición de manchas, desarrollándose una ceguera especializada en hermosuras (las del otro y las propias).
La madre de Calcuta lo dice de modo contundente: "Si juzgas a la gente no tienes tiempo de amarla".
Esto fue tomado de la revista Uno Mismo . ago 08 - Columna de Virginia Gawel (www.pensamientosensible.blogspot.com)
¡Qué historia tan profunda y tan hermosa, da mucho para pensar!
Un fuerte abrazo
Gracias Hadita por pasar!!
Un abrazo!!
Pasión
Pasión, que lindo esto. A veces me cuesta entrar a tu blog, tengo muchisimo por leer por acá. Esto me iluminó hoy. Muy bueno.
Un abrazo.
El canto de mi blog, es de Eduardo Meana, un sacerdote salesiano.